Héctor Abad Faciolince: entrevista
«Todos tenemos que caber en el mundo». Entrevisté al autor colombiano Héctor Abad Faciolince durante su estancia como escritor
residente en los Países Bajos durante 2016.
Héctor Abad Faciolince: «La escritura es un invento prodigioso»
«No sueño con la patria como dicen los patriotas: a mí lo que me mata de saudade es esa finca».
Héctor Abad Faciolince
(Medellín, 1958) se encuentra desde febrero como escritor residente en
los Países Bajos. En el Instituto Cervantes de Utrecht se proyectó en junio el
documental Carta a una sombra (2015), dirigido por Daniela Abad y Miguel Salazar e inspirado en la desgarradora novela-testimonio El olvido que seremos (2006). La oculta (2014), última obra de Abad Faciolince, se ha traducido recientemente al neerlandés con un título más largo: De geheime droom van het land (El sueño secreto de la tierra). Agradecemos desde aquí al escritor el tiempo destinado a esta entrevista.
El amor por un lugar puede ser tan complejo como el amor por alguien. ¿Obedece La Oculta a un intento de explicárselo a uno mismo (o de transmitírselo a los demás)?
La afirmación que precede a la pregunta
es cierta: por los lugares sentimos amor, desamor, celos (esa forma de
la envidia), hiperprotección, hastío, estamos tentados a abandonarlos, a
olvidarlos. Tal vez lo único distinto es que es posible vender una
casa, pero no una persona. Pero a veces sentimos que vender un lugar
sería tan grave como vender a una persona. En cuanto a la pregunta, creo
que en la escritura ocurre muchas veces un doble ejercicio: lo que nos
explicamos a nosotros mismos quizá pueda servir para que también los
lectores se expliquen algo, porque los seres humanos tenemos un bagaje
de vida, de experiencias, de sentimientos parecidos. Cambian las
circunstancias, los nombres, los paisajes, pero el patrón es el mismo.
Por eso lo muy personal o lo muy local es transmitible. Por eso me puede
conmover la historia de un pueblecito ucraniano, o a un lector de
Ucrania interesarle un pueblo de Antioquia que se llama Jericó. Yo lo he
sentido así en los lectores alemanes, holandeses, portugueses o
franceses que han leído La Oculta en otra lengua. Cada cual
lleva su propia experiencia a la lectura y por eso siempre se ha dicho
que al leer nos leemos a nosotros mismos. Lichtenberg decía que un libro
es un espejo en el que nos miramos.
¿Se escribe siempre sobre el mismo lugar?
No me parece. Yo he escrito mucho sobre
mi ciudad, Medellín, transformándola en una ciudad que no existe,
Angosta, para sentirme más cómodo y no tener que responder por lo
fáctico, que es siempre tan fastidioso, y puro asunto de periodistas. En
Angosta llueve (en el pasado) cuando a mí me da la gana, y no cuando
efectivamente llovió. Lo que sí creo es que los lugares donde hemos
vivido, sobre todo en el reino del ensueño que es la infancia, y en el
de la felicidad y la angustia y el deseo, que es la juventud, son
también los lugares más probables de la ficción. Uno casi nunca sueña
con lugares que no conoce, aunque también ocurre, y el universo onírico y
el literario se parecen. La literatura es un no-lugar, contaminado de
lugares de la experiencia. El lugar de la experiencia del que se nutre La Oculta
es una finca que se llama La Inés. Y así como Angosta es una Medellín a
la que no tengo que serle fiel, también La Oculta es una Inés que puede
mezclarse con muchas otras experiencias de lugares, de fincas, de
sensaciones vividas en otras partes. La ficción es el territorio de la
libertad, adonde podemos llevar todo lo que tenemos dentro, sin ser
fieles a ninguna otra cosa que a una coherencia y verdades internas de
la historia, que tienen poco que ver con la historia real. Yo puedo
poner en La Oculta cosas que ocurrieron en regiones distintas a
la región de La Inés. Las motosierras no fueron frecuentes en Jericó,
sino en otros pueblos, pero yo puedo trasladar la motosierra a La
Oculta, porque no estoy comprometido con la verdad fáctica, sino con la
verdad de la ficción, que obedece a reglas distintas de composición, de
lugar, etc. Escribir es condensar en un sitio muchos otros sitios,
también.
¿Los paraísos se crean porque uno no los habita?
Hay gente así. Como esas personas que
solo pueden amar a su mujer cuando están lejos de ella. Se enamoran de
viaje y le escriben cartas llenas de ternura, pero al volver la
maltratan. Yo no vivo en ese universo de la nostalgia o de lo que es
bueno es bueno solamente porque no es real o porque no estoy yo ahí para
fastidiarlo. Yo he estado, en cuerpo y alma, en el paraíso, así sea
solo por unos instantes. También he vivido infiernos. A nadie se le
hubiera ocurrido la idea de infierno, ni la de paraíso, si ambos no
existieran efectivamente en el mundo. No son una fantasía: son una
extensión y una exageración de la experiencia. Y esos sitios de la
geografía religiosa, son también los sitios que pueblan la geografía
ficticia de las novelas y de los libros en general. Hay instantes en que
con cierta luz, a cierta hora, con cierta temperatura, con cierta
compañía, son perfectos. No tienen que ocurrir en el paisaje más sublime
del mundo, pueden ocurrir en un sitio humilde, sencillo, que de repente
se llena de toda la magia del mundo. Eso existe, ¿no?
¿Qué afán humano puede más: el de rescatar el pasado o el de anticipar lo que vendrá?
Supongo que ambos afanes son humanos y
que dependen de la personalidad de cada cual. También el afán de vivir
solo en el presente, sin mirar ni adelante ni atrás. Y yo pienso que uno
en la literatura aspira a ser todos los tipos humanos: los que viven
hacia atrás, hacia adelante y en el presente. De hecho, de algún modo,
los tres hermanos de La Oculta viven así: Eva en una
fuga hacia adelante, Pilar en el presente y Antonio hacia atrás. En la
vida hay retrógrados, presentistas, futuristas. Mi procedimiento
personal es más imaginario. Imagino un pasado en el que hubieran
ocurrido cosas distintas a las que efectivamente ocurrieron, y sigo esa
pista hasta el presente, con todas las transformaciones. Qué hubiera
pasado si… Es ese procedimiento mental. Son los ex futuros que no
fuimos, en palabras de Unamuno. El camino que no tomamos. También tiendo
a imaginar, mágicamente, el peor futuro posible, pero no como un
conjuro negativo, sino lo contrario: estoy convencido de que las
palabras tienen el poder de sustituir la realidad y que si logro
describir bien y por completo un horror futuro, este nunca va a ocurrir
en la realidad. Es, digámoslo así, un conjuro al revés. Algo así.
La nostalgia —ese «dolor del regreso» en La Oculta—, ¿se vence igual que se vence el olvido, escribiendo?
La escritura es un invento prodigioso,
sí. Escribir es una exploración en las propias confusiones, en los mil
estímulos contradictorios de la realidad. Al menos en mi caso, la
escritura es una forma de aclarar la mente, de no enloquecer, de formar
un dibujo claro de mis percepciones, de mis sentimientos, de lo más
hondo y confuso que intenta llegar a pactos entre lo que pienso y lo que
siento. El olvido se posterga, también, pero además se busca un orden
en el recuerdo y, de algún modo, incluso se lo inventa, de modo que este
pueda ser más manejable. Una historia es en el fondo una larga fórmula
mnemotécnica, una luz que se enciende y se enfoca sobre ciertos aspectos
de la siempre muy irreal realidad.
¿Es cierto que cada dolor produce un trauma o más bien lo contrario, que cada trauma deja un dolor?
Creo que en la pregunta hay un juego de
palabras que se puede aclarar con el uso literal o metafórico de las
palabras trauma y dolor. Un trauma, literalmente, es una lesión física.
Quebrarse la tibia es un trauma que produce mucho dolor; lo sé porque
una vez me quebré la tibia y tal vez nunca he sentido tanto dolor
físico. Ese trauma, sin embargo, no deja un gran trauma en el sentido
psicológico y metafórico del término. El trauma psicológico se describe
como el resentimiento que queda a partir de una experiencia vital
dolorosa, bien sea que esta duela en el cuerpo o en la mente: una
violación (que es traumática en los dos sentidos), un accidente, la
muerte de un ser amado, el abandono de los padres. Tanto el dolor como
el trauma son muy útiles para la supervivencia, pues nos predisponen a
evitar la repetición. Y contar el dolor explica el trauma en la propia
mente, y en la mente del lector. Verbalizar el dolor sirve para
entenderse y para que los otros entiendan. Las terapias cognitivas son
útiles porque sitúan al paciente en situaciones parecidas, hasta poder
dominar una fobia, por ejemplo. Y la literatura, con toda su carga
simbólica, nos sirve para lo mismo tanto a los escritores como a los
lectores.
Los relatos de El amanecer de un marido (2008) constataban la muerte (anunciada) del amor. Eva, Pilar y Toño, los protagonistas de La Oculta,
aman y viven de maneras muy diferentes, que se reflejan en sus
sentimientos hacia la finca familiar. El amor hacia un
lugar, ¿forma parte de nuestra biografía amorosa? Y también: ¿es un amor con más
probabilidades de resultar duradero?
Esta pregunta se me parece bastante a la
primera que me hiciste. Creo que los lugares se desgastan menos que las
personas. La habituación sexual, por ejemplo, tiene un efecto nefasto
en amores que se basan exclusivamente en la comunión de dos cuerpos que,
por un tiempo (años, meses, semanas) se acoplan muy bien. Si no hay,
además de lo anterior, además de buen sexo, amistad y apego a la otra
persona, el desamor es mucho más frecuente. Como no tenemos sexo con los
lugares, es menos probable sentir desgaste o aburrición en una casa, en
una ciudad, en una finca. A no ser que seamos como esos turistas que
quieren ver solo lo interesante, de un modo casi sexual, orgasmo tras
orgasmo de museo, comida, bar, discoteca, plaza, edificio, y entonces se
siente que ese sitio se ha agotado en estímulos muy fuertes. Yo diría
que con un lugar es más frecuente que se consolide el apego, la
comodidad, el sentirse a gusto en ciertos hábitos que no aburren por
mucho que se repitan. Las rutinas, al contrario de lo que se piensa,
pueden resultar muy útiles para llevar una vida serena, activa,
productiva. Vivir saliendo de la rutina es estimulante, pero desgasta
mucho psicológicamente. Uno debe escoger cómo quiere vivir. Puede ser al
modo de Eva, o al de Pilar, o al de Antonio. No creo que haya una
fórmula perfecta para todo el mundo, porque los seres humanos tenemos
distintos gustos, distintas urgencias, distinta personalidad.
Visité Colombia en 1995 pero no
llegué a Antioquia, me quedé en el Valle del Cauca. En tu opinión,
¿distingue algo a Antioquia del resto del país?
Yo sospecho que la geografía es mucho
más importante de lo que se cree para influir en la idiosincrasia de las
personas. Uno sabe que no es el mismo con frío o calor, o en un día
soleado y otro brumoso, ni respiramos o pensamos igual en la alta
montaña que frente al mar. Todo buen lector sabe que no es el mismo
libro (aunque tenga el mismo título y el mismo autor) si lo leemos por
la mañana o por la noche o a la hora de la siesta. Se sabe que tenemos
más posibilidades de que un juez nos absuelva por la mañana que a
finales de la tarde: hay estudios psicológicos al respecto. Y así,
aunque esto sea difícil de demostrar científicamente, creo que las
culturas que se desarrollan en regiones montañosas tienen ciertas
características típicas muy diferentes a las de los pueblos marítimos,
con un puerto abierto al mundo y a miles de contactos. Los antioqueños
llevamos muchos siglos encerrados en unas montañas duras, inhóspitas, y
eso nos ha hecho lo que somos, para bien y para mal. Yo trato de no ser
como me lo dicta mi cultura, pero sé que la mayoría de la gente de mis
montañas es conservadora, ahorrativa, desconfiada, muy concentrada en la
familia, suspicaz. Las montañas lluviosas en el trópico, además, son un
fenómeno geográfico bastante raro en la tierra: zona tórrida fresca,
con días y noches simétricos, pero sin tanto calor. Sin estaciones,
además. A veces pienso que no somos ni fríos ni calientes, que no
sabemos qué ser.
Además de La Oculta, ¿veneras otros paraísos terrenales?
Hay paraísos ajenos que puedo entender
muy bien y que estoy seguro de que veneraría de un modo parecido a como
quiero el paisaje de La Oculta: me he enamorado de una isla como
Hiddensee, en el mar Báltico. Creo que no querría salir de Delft, en los
Países Bajos, si viviera allí. Pocos sitios me han gustado tanto como
el parque Yosemite en Estados Unidos o las colinas toscanas en Italia.
Entiendo que Pla venerara la Costa Brava, en Cataluña, o que los
antiguos egipcios adoraran el delta del Nilo. Los volcanes de
Centroamérica eran sagrados para los indios mesoamericanos, y los
comprendo, así como las lagunas de los páramos entre los chibchas
colombianos. El mundo está lleno de lugares escondidos y fabulosos que
son La Oculta para la gente que creció ahí o que los ha adoptado como
propios.
Ahora te encuentras en Holanda,
rodeado probablemente de cierta soledad verbal (sic). ¿De qué modos
afecta a la inspiración rodearse de otras lenguas?
Creo que pocas cosas estimulan más mi
ebullición verbal, digámoslo así, que sentirme rodeado de una lengua que
no comprendo. Es como si el cerebro, en esas circunstancias tan
particulares, empezara a emitir señales lingüísticas desbocadas, en
busca de comprensión. Nunca escribo tanta poesía como cuando estoy de
viaje por un territorio del que no entiendo ni una palabra. Me ha pasado
en Rusia, en China, en Singapur. Ese aislamiento de la lengua es una
especie de silencio muy útil para que brote la lengua por sí sola. Es
como si me llenara de español, cuando no lo puedo usar. En cambio en
España el uso peculiar del castellano de los peninsulares me distrae
mucho. Vivo fascinado por su manera particular de decir las cosas de un
modo levemente distinto al nuestro. Me paso el día copiando frases que
oigo por la calle, y en cambio mi propio castellano se silencia, se
vuelve pasivo, receptivo. Me fascinan las variedades regionales de la
vasta lengua española. Me gustan todos los acentos, todos los
neologismos, los arcaísmos, hasta ciertos errores gramaticales típicos
no me molestan, sino que simplemente trato de entender por qué se dan.
En este momento, ¿cuáles son tus prioridades?
Mis prioridades cambian poco. Lo primero
es proteger a las personas que más quiero: mis hijos, mi mujer, mi
madre, mis hermanas. Luego me preocupo por la situación política y
social de mi país, y trato de escribir lo que creo que es conveniente
para nuestra convivencia. Soy un espectador del mundo, y para eso leo
mucho, miro, navego por internet, voy a museos, cines, conciertos. Trato
de tener uno o dos proyectos de libro al mismo tiempo, uno de ficción y
otro de no ficción, pues si no escribo me enloquezco y entonces no
podría proteger a los que más quiero ni trabajar por el país que más me
interesa. En fin, creo que tengo prioridades muy simples y obvias.
Una o dos palabras de cierre. Las que tú quieras.
Hace quince días hubo una matanza
espantosa en Orlando. Un fanático quiso hacer el mayor daño posible en
una población que detestaba. Era racista, homófobo, fanático. Creo que
tenemos que combatir con toda la fuerza de la palabra, de la
inteligencia, de la convicción, a los que piensan así. Por eso he
escrito La Oculta desde el punto de vista de un narrador gay y
de una mujer liberada, y también de una mujer tradicional. Todos tenemos
que caber en el mundo, sin que los desequilibrados del extremismo
religioso nos quieran imponer una única manera de ser.
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