L. Trotski: Mis Peripecias en España


 
Lev Trotski: Mis Peripecias en España.
Reino de Cordelia. Traducción de Andrés Nin. Prólogo de José Esteban. Ilustraciones de K. Rotova.

Su apellido era Bronstein y su sobrenombre “La Pluma”, por su voracidad lectora y aptitud para el ejercicio literario. Trotski llegó luego, tras pasar por la cárcel de Ordesa, en su Ucrania natal. Lo tomó prestado de uno de sus centinelas.

Prisión, persecución y destierro fueron inherentes a su vida (1879-1940). De sus dos exilios siberianos escapó en trineos y carros. De la Cárcel Modelo de Madrid fue liberado administrativamente. En Coyoacán sobrevivió a cuatrocientos disparos lanzados sobre su dormitorio, pero el piolet de Ramón Mercader le perforó el cráneo.

Trotski fue expulsado de Francia en plena I Guerra Mundial. Su destino impuesto fue España, adonde llegó a finales de 1916. Pasaría aquí dos meses desconcertantes, sin entender el idioma, ignorando casi todo sobre el país (excepto a Cervantes), vigilado y encarcelado en Madrid sin motivo aparente. En diciembre, por fin, partió con su familia desde Barcelona hacia Nueva York.

Mis Peripecias en España, publicado en 1929, recoge los apuntes que Trotski tomó durante esas semanas de aventura, un retrato «escueto y sin pretensiones», no exento de humor, de un país que «se ha dejado decaer», desigual y corrupto, de limpiabotas descalzos, de masas analfabetas, dominado por iglesias y bancos.

Sorprenden su actividad incesante y ansia de saber: tanto en Madrid como en Cádiz visita museos, rememora El Quijote, recorre bibliotecas, ve zarzuela, va al cine, lee todo lo que cae en sus manos sobre la historia de España. Gentes, paisajes y costumbres merecen sus reflexiones: «Se llegaron a suprimir los Autos de Fe; pero se conservaron las corridas de toros. Sin embargo, entre la barbarie de las corridas de toros y la de quemar a una bruja, la diferencia no es grande».

Trotski, culto y pacifista revolucionario al que la historia tratará de forma macabra, había sido nombrado por Lenin comisario de guerra, puesto desde el que creó y dirigirió el Ejército Rojo. Tras la muerte de Lenin, Stalin se encarga de borrar a Trotski de la faz de la tierra.

En Madrid, ante su absurda situación de preso, escribía en su cuaderno: «Acostado en la cama de la cárcel, me reía. Me reí hasta que quedé dormido».

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