E. Reyes: Memoria por correspondencia


 
Emma Reyes: Memoria por correspondencia.
Libros del Asteroide. Prólogo de Leila Guerriero.

«Un niño de cuatro años puede ya sentir el deseo de no querer vivir más y ambicionar ser devorado por las entrañas de la tierra».

El recuerdo no se fija a voluntad pero toda obra se ancla en la propia biografía. Emma Reyes (1919-2003), pintora colombiana, recoge sus memorias infantiles en veintitrés cartas que envía a su amigo Germán Arciniegas. Se publican, como ella quiso, tras su muerte. Su español imperfecto, la mirada fresca, la desolación, los eventos terribles, su no culpar a nadie, los golpes de humor... Son aspectos mentados por la crítica que deseo igualmente destacar. Con todo, es su capacidad para evocar al detalle esas vivencias remotas lo que me sobrecoge. Reyes la justifica así: 

«A ti te parecerá extraño que yo pueda contarte con tanta precisión los acontecimientos de esta época tan lejana. Yo pienso que un niño de cinco años que lleva una vida normal no podría reproducir con esa fidelidad su infancia. Nosotras la recordamos como si fuera hoy y la razón no te la puedo explicar».

De mi vida hasta los cuatro años apenas salen trastos: la rodilla brillante de uno de mis primos, dos abuelos, una huerta, un triciclo amarillo, una bici verde, un viaje en avión; cuentos orales de brujas y niños, una madre en clase, un tío y una tía que morirían jóvenes, falanges distales en ángulo recto, baldosas aguamarina, mi pañuelo preferido, un padre al que alguien quería matar. Para proteger el pañuelo de la mirada de otras niñas, lo guardaba entre los pliegues de mi vagina, acurrucado en mis braguitas. Una carbonera, un jamón devorado, pinchazos de penicilina, un reloj de pared.

Recuerdos que dejaron butacas libres para acomodar —después— lo peor.

«Mi pintura son gritos sin corrientes de aire».
Cinco rostros (detalle), Emma Reyes, 1997.

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